Juegos de mesa: inteligencia y espíritu lúdico

Hablemos de la inteligencia. De esa mítica capacidad de pensamiento coherente que encontramos en animales, computadoras y algunas veces hasta en humanos. Después de escuchar uno de mis podcast favoritos, Perfect Information,  pensé que sería importante ahondar un poquito en este tema de una manera distinta.

Inteligencia y juegos de mesa

GWT, haciendo algo con tu inteligencia

Creo que es fácil —y sin polémica— afirmar que los juegos de mesa se tratan de inteligencia. Esto en el sentido que jugar juegos de mesa nos permite usar nuestra inteligencia, tal como salir a correr nos permite hacer uso de nuestra fuerza y capacidad física.

La inteligencia es una de nuestras habilidades más usadas cuando jugamos. Las decisiones que tomamos están —generalmente— relacionadas con nuestra comprensión del estado del juego en nuestro turno y qué tan capaces somos de evaluar las opciones que el juego nos da en un momento dado.

Una de las razones por las cuales nos gustan tanto los juegos de mesa es porque nos permiten hacer uso de nuestros músculos mentales. Con ellos podemos ejercitar esas partes del cerebro que quizás no usemos en nuestra vida diaria (como nuestra capacidad de administrar recursos para una rica familia  o construir un imperio energético).

Aún así, a veces pienso que los juegos no son necesariamente un escape. Son también una manera satisfactoria de ejercitarte. Así como los sudoku son un entrenamiento para aprender a contar hasta 9. O como Scythe te enseña a amenazar a tus enemigos y sólo atacar si es necesario.

Aquí está entonces la pregunta ¿en realidad los juegos de mesa se tratan de inteligencia? ¿o es algo que sólo nos acostumbramos más a usar conforme más juegos jugamos?

Esto podría explicar el atractivo que los juegos de mesa tienen para muchas personas. En específico, todos aquellos a los cuales les gustaría usar su mente para lograr algo pero no tienen una manera fácil de satisfacer ese deseo en su día a día. Los juegos de mesa pueden ser un sustituto para ocupar el intelecto a falta de una mejor alternativa.

Es posible que la gente a la cual le gusta ejercer su pensamiento lógico —a falta de un mejor término— pueda encontrar que los juegos de mesa les ayudan a llenar ese nicho. Es fácil. Sólo hace falta poner un juego a la mesa, nuevo o viejo, y poner en aprietos a nuestro cerebro sólo por el gusto de hacerlo.

Competencia intelectual

Chessboxing

Todo eso es genial. Y está relacionado sólo de manera tangencial a lo que quiero ahondar el día de hoy.

Me interesa más hablar de cuando los juegos de mesa dejan de ser una manera divertida de usar nuestra inteligencia y se reduce a una competencia entre dos intelectos. De esas veces que el reto que los juegos ponen frente a nosotros se convierte en un intento de afirmar nuestra «superioridad intelectual». Cuando el juego no es una celebración de espíritu lúdico sino un esfuerzo por buscar reconocimiento de lo inteligentes que somos.

Los juegos de mesa —más específicamente los juegos de estrategia de cierto tamaño y profundidad— se tratan de inteligenicia. Y por extensión y conforme pasa el tiempo, logran hacer que los jugadores sólo se preocupen por eso. Entre más intrincados y complejos sean estos juegos, más exigen de los jugadores. Mientras más grande es la carga cognitiva que ponen en su mente para jugar competitivamente, más es la satisfacción a la hora de tener éxito.

Pero esto se puede convertir rápidamente en algo que me recuerda ese raro sentimiento que mucha gente tiene cuando aguanta comer comida muy picante. El sentirse más «fuerte» que alguien por poder comer la salsa más picosa sin siquiera hacer una mueca. Darle una mordida al habanero diciendo que «ni pica». Quizás un ejemplo muy mexicano de una manera en que hacemos gala de nuestra resistencia al picante y al dolor.

En juegos esto se traduce en tratar de demostrar lo inteligentes que somos. Dejando a un lado la diversión, el sentido de descubrimiento, el gozo de participar, la sorpresa — sólo enfocarse en demostrar tu habilidad analítica, la capacidad de evaluar probabilidades y maniobrar las limitantes que nos pone un juego para llegar a un objetivo: la victoria.

Quizás es por eso que cuando hablamos de estos juegos más «intelectuales», la suerte y el azar —¿recuerdan la serie de artículos en tres partes que hicimos al respecto?— se ven como algo que sólo «diluye» la esencia de jugar. O, en otras palabras, que un juego con menos azar es considerado puro y más refinado mientras que un juego que aprovecha generadores de aleatoriedad como dados o mazos de cartas es considerado «menos serio» que sus hermanos «determinísticos».

Quitando eventos impredecibles del motor de mecánicas del juego y haciendo que las decisiones de los jugadores sean casi la única (o a veces la única) variable, pasamos el juego de la mesa, directamente a la mente de los jugadores. El juego se convierte en una pelea de cerebros.

En lugar de que el reto esté en el juego y la competencia suceda entre los jugadores, los dos se fusionan. Son tus oponentes los que nos ofrecen el reto y la competencia. El juego se convierte sólo en un conducto que te permite «medir» tu inteligencia contra la de otros. No será el juego el que te ponga obstáculos para ganar, son tus propias decisiones las que hacen eso.

Personalmente no estoy de acuerdo en la idea de que los juegos en los cuales tu victoria —o derrota— se reduce sólo a las decisiones que haces son mejores que su contraparte (aunque sí hemos expresado que el mal uso del azar puede dar pie a que un juego se convierta en sólo un pasatiempo).

Estos juegos no sólo te venden la fantasía ingenua de que todos somos arquitectos de nuestro propio destino, que la única razón por la que no estamos ganando es porque no lo hemos intentado lo suficiente o porque no somos lo suficientemente buenos. Cuando a esto le sumamos esa dinámica de competencia de la que platicamos entes, podemos acabar con una idea de «nobleza en la victoria» que puede no ser lo mejor. La idea de que la elite se eleva a lo más alto. De repente, la victoria deja los confines del juego y va más allá. Bajo esta idea, el haber ganado dice algo de nosotros como individuos. No sólo gané un juego: mi victoria ahora es una prueba de que soy más inteligente que tú. Mejor que tú.

Esta actitud de competencia y antagonismo puede afectar no sólo al grupo de juego. También afecta cómo las personas fuera del hobby ven a la gente involucrada. La comunidad de este tipo de jugones puede parecer algo hostil para los que no están familiarizados con sus usos y costumbres. De alguna manera esto también tiene que ver con el esnobismo que encontramos en el hobby.

Ya hemos hablado de las reglas de etiqueta en los juegos de mesa y de cómo aprender a perder. Pero algo que hace falta decir es el intentar tener un espíritu lúdico incluyente, incluso cuando tomas la delantera en un juego o sacas a alguien completamente de la competencia; también es aprender a ganar. Y es aprender a separar claramente los eventos dentro del juego y nuestras relaciones fuera del mismo. Es recordar que el desempeño de alguien en un juego de mesa no es una muestra de su inteligencia —no debería entonces importar en cómo otros jugadores te perciben.

Pero incluso más allá de un grupo de juego, el tratar de dominar un juego sólo por enfocarte en esta «inteligencia» quizás se puede convertir en una manera de intentarle hacerle ver a los otros nuestra «sofisticación» e «intelecto». Se puede convertir en un pedestal desde el cual juzgamos a los «ignorantes» y «simples». Una declaración de vanidad. No que siempre suceda, pero es fácil que así sea.

Cuando hacemos que los juegos se conviertan en algo que tiene sólo que ver con la inteligencia y pensamos en ellos como un escenario en el cual exhibimos nuestra capacidad intelectual estamos perdiendo de vista algo muy valioso. Quizás los juegos sí se tratan de inteligencia pero el juego no. Nos gustan los juegos de mesa porque nos permiten jugar. Nos dejan ir más allá de nuestras propias expectativas y de las de los demás. Balancearnos en la delgada línea entre lo serio y lo trivial. Nos dejan —irónicamente— salirnos un poquito de nuestra cabeza: estar en el momento y ya.

Cuando jugamos tenemos esa oportunidad de celebrar ese espíritu lúdico, no tanto nuestra inteligencia. Como bien dice Johan Huizinga en su libro Homo Ludens: «…atreverse, tomar riesgos, enfrentarse a la incertidumbre y soportar la tensión —esta es la esencia del espíritu lúdico».

1 comentario en «Juegos de mesa: inteligencia y espíritu lúdico»

  1. Como siempre, este es un artículo espectacular, y algo que le digo a muchos jugadores; no guarden rencores entre partidas, disfruten el juego; de hecho, «el espíritu lúdico» me ha cambiado tanto, que ya ni me importa «Qué color de Meeple» ni el personaje que me va a tocar, con tal de poder pasar un buen rato con mis allegados y seres queridos… Sin embargo, siempre dar lo mejor de nosotros e intentar ganar, es la otra cara de la moneda de este espíritu lúdico; ya que un ingrediente básico para la diversión es la competencia… Y la competencia siempre es mejor cuando es SANA.

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